Ayer no sé cómo acabé en una jungla en mitad de la ciudad de San Francisco.
Era una fiesta de una agencia de publicidad con no sé qué fin.
Si soy sincera yo fui invitada porque era un pequeño bulto más con que rellenar la sala, y cómo soy débil y estudiante no me pude resistir al soborno de bebida y comida gratis. (Hay que ver qué fáciles somos algunos de convencer.)
He de decir que debido al horrible sabor de los licores fui una de las pocas personas que permaneció atenta a la función en vez de representarla. Hay que ver cómo cambia el espectáculo cuando lo ves desde el otro lado del escenario.
La fiesta en un principio no prometía mucho, pero luego casi todos acabaron prometiendo quién sabe qué a quién. No creo que ni ellos se acuerden.
Había toda clase de flora y fauna, flora porque algunas parecía que las habían sacado del jardín botánico. Y Fauna porque a medida que avanzaba la noche y se iba agotando la barra libre las personalidades ocultas del personal subían a la superficie.
Fue un completo show de mis congéneres, los cuáles se dividían en pequeños rebaños.
Estaban los asustadizos, apoyados en una oscura esquina de un rincón, desde donde se autoaislaban del mundo.
Las estrategas, todas mujeres por supuesto, apostadas en un perfecto punto de ataque desde donde divisaban y controlaban los baños y la comida.
Los Golum o avariciosos que se hicieron con el control de la barra y de los mejores aperitivos.
Las aves de rapiña, que iban mesa a mesa rebuscando las sobras en las bandejas y preguntando por cigarros al personal.
Luego estaban los palomos un grupo numeroso de machos en celo inflando su ego y acompañándolo de lo que supongo que era un baile ritual con el propósito de atraer a sus presas.
Las pavos reales les merodeaban cerca, esas hembras emplumadas, que no se sabe muy bien de qué siglo son, (pues llevaban puesto todo lo que habían encontrado en el armario de su madre, abuela, y tatarabuela). Ellas desplegaban sus encantos sobre la pista en una danza que pretendía ser sensual, y que acabó con unas cuantas de ellas besando el suelo.
Haciéndose notar entraron en la sala los papagayos. Que son aquellos que ese día decidieron hacer sombra a las luces del local, pues iban vestidos para cegar.
Su ropa era de toda clase de telas chillonas capaces de reventar las pupilas del más miope.
A medida que la música se intensificaba, los olores pasaban a ser hedores, la gente pasaba de Dr Jeckyl a Mr hyde, de gatito de angora a hiena. Dando lugar a una especie de orgía de los sinsentidos.
Personalmente disfruté, fue como ir al zoo pero sin pisar ninguna caca. Pero parece ser que a algún superior y a algún cliente no le hizo tanta gracia el show, (pues que hubieran puesto bebidas carbonatadas sin alcohol!!).
Es curioso ver cómo cambian las opiniones dependiendo del bando en el que estés!
Yo me lo pase bien, pero en la próxima abandonaré la posición Buho, y me sumarme a alguno de los rebaños para vivirla intensamente desde dentro.